°°°° La guarida del Tío Lolo °°°°

Tuesday, March 28, 2006

El sábado tuve unas grandes ganas de una cerveza.

Pero no en cualquier lugar, sino en una cantina y no una cantina cualquiera. Cómo reconocer una cantina buena? Ahí va el tip. Recuerdo la historia de cierto ingeniero que llegó a visitar a mi familia y quería ir a echar chela a una cantina. Me comisionan para llevarlo y lo llevé a la primera que se me apareció al frente. Al principio me daba gueva hacerla de guía de turistas.

Cuando llegamos no entra luego luego, se coloca en la puerta, huele el aire y dice “Esta no me gusta”. Ah chingá, como sabe si es buena o mala solo con olerla? No pregunté y decidimos seguir buscando otras y siempre hacía lo mismo. Total que me encabroné de andar dando vueltas y siempre las negaba, así que le dije que qué chingaos buscaba en una cantina “Que huela a miados”. Las buenas cantinas deben apestar a miados y el olor debe llegar hasta la calle.

Total que lo llevé a una de las cantinas puestas en el pleno corazón del mercado viejo de la ciudad, al pararse la puerta se ríe y me voltea a ver “Esta si es la buena” ni siquiera esperó a que le contestara, se metió hasta mero al fondo y pidió 5 cervezas “pa empezar”. Efectivamente un ligero olor a orines rancios se sentía en el ambiente. Chupamos hasta la noche y me contaba partes de su teoría miadera, misma que en otra ocasión detallaré.

Así que decidí buscar una cantina este sábado para calmar la sed que me comía. Hacía un calor de la chingada y obviamente no buscaba una con olor a miados, sino una que tuviera un ambiente alegre. No contando con muchas opciones le pregunté a un taxista por una cantina que estuviera cerca. A dos cuadras había una con “hartas chamacas”. Al llegar el taxista tenía razón, como 15 mujeres dentro del local de las cuales unas 5 eran menores de edad, delgadas y riondas.

Pido una cerveza y me traen de botana una sopa de color no muy definido y le flotaban cosas que podían ser catalogadas como pedazos de carne o verduras, muy cortésmente le dije a la mesera que no quería sopa, que me trajera un caldo o un guisado. Llegó una mojarra con salsa Valentina misma que me chingué rápidamente.

Llegaron al lugar un amigo que tenía mucho tiempo de no verlo, excompañero mío de la primaria, ahora todo un ejecutivo, regresaba a echar chela con los cuates, él jugaba futbol de pequeño en un equipo que se llamaba Cicioli. Desde niño lo conocimos así, como el Cicioli. Me platicaba que todos los sábados iba a tomar y que la botana era un asco en ese lugar.

Siempre se ha contado de que las cantineras le pasan un calzón a la sopa con la cábala de que eso traerá más clientes y mantendrá fieles a los parroquianos. El clásico “Té de Calzón”. Muchas otras lenguas refieren que el calzón está marcado por la seña de que están en sus días. No quiero pensar que lo mismo le hagan a la mojarra o a la salsa. También de que nunca aceptes una cerveza que ya venga abierta, siempre juntan las “sobrinas” y con eso llenan una cerveza que venden nuevamente.

El Cicioli regresa a su mesa y sus cuates echan a reír como locos. Viene y me cuenta que uno de ellos le daba tremendos tragos a su cerveza helada y tomaba sopa que estaba hirviendo. Así lo hizo hasta que sintió algo extraño en su boca, uno de los dientes superiores del frente se le partió a la mitad por tanto calor-frío. Le robaron la parrilla le dije y se miaron de risa con el tipo aquel.

Se me acerca la mesera y me dice que me ve muy solo. Me manda a una niña como de 16 años a la mesa, era realmente muy joven. Me dice que por 200 pesos podemos tener más intimidad. Dice que desde los 14 años anda en este ambiente. Le pregunto que cuántas vergas ha visto en ese tiempo. Dice que si las ponemos juntas va y viene de Acapulco. Es de Acapulco. Curiosamente desde la mañana decidí gastar un billete de 200 pesos que me encontré en una cartera que ya no usaba y se me presentó la situación perfecta.

En la noche cené en un restaurante italiano, la cuenta me costó 230 pesos. Gran elección.

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