Ayer me invitaron a escaparme en la noche de mi casa e irme al mirador a tomar unas chelas. Todo pintaba muy chingón, pero reflexioné: escaparme de quién o de qué?

Quizá en otros tiempos hubiera estado divertido, pero hoy encontré más divertido ir al pendejo blockbuster a comprar el DVD de Forrest Gump para regalar en Navidad (hay que aprovechar que está a $69 pesitos), pasar al Starbucks por un café americano (no me gustan los capuchinos), leer tirado en mi cama el Proceso del domingo que no he podido leer y 20 minutos de la vida de Francisco Javier Mina.

Diversos proyectos de mi vida siempre han estado supeditados a otros. Nunca han tenido la independencia que deberían tener. Cuando trabajé en periódicos estuve supeditado a la estudiar en la Universidad. Mi colaboración en las revistas estuvieron supeditadas a mi anterior trabajo en la agencia de publicidad. Hoy estoy anclado a mi gueva eterna y a mis ojos irritados por estar todo el día frente al monitor de la PC.

Por eso prefiero escribir en mi vieja máquina mecánica. Esa no me irrita mas que cuando se le atora la cinta y me mancha los dedos, de ahí en fuera no tengo queja de ella.

Esto me recuerda a cierta amiga de la universidad. Desde el primer día que se quedó a “hacer un trabajo” en mi casa, siempre tuve sexo rico y dispuesto a cualquier hora. En las noches que pasaba solo y ya estando aburrido de la TV, solo me bastaba alargar el brazo buscando el teléfono para llamarla y en menos de 30 minutos la tenía en la puerta tocando el timbre. Era buena onda, nunca tuve queja de ella. Jamás. Quizá la única irritación era que no se levantaba temprano y yo sí, me incomodaba dejarla dormida en las mañanas mientras yo me iba a clases o a trabajar. La máquina de escribir me mancha los dedos con su cinta, mi amiga me manchaba la conciencia por dejarla sola y dormida en mi casa.

Nada es perfecto en este mundo.